Los amantes árboles- Rosa

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Relatos finalistas en su momento del Concurso Colunga Mágica.

Relato Nº 1: No fue un sueño

Relato Nº 2: Sucedió en Libardón

Relato Nº 3: Los Amantes Árboles

Relato Nº 4: Les Gafes de Xuaquinín

Relato Nº 5: El Hombre-Pez

Escuchas Celtic Woman- La última rosa del verano

Dedicado a Teresa. mi madre

Publicado para el Concurso: «Colunga Mágica»

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RELATO: “Los Amantes Árboles”

Cuando estaba triste, o sentía que ya no podía más, solía dirigirme a mi lugar secreto. Me bastaba tumbarme sobre mi cama y cerrar los ojos. Allí, con ellos, levemente cerrados, imaginaba un mundo exclusivamente a mi medida y de pronto, el ruido del tráfico se me antojaba lejano, las voces de la calle cada vez más distantes, llegaban a ser inaudibles y los problemas dejaban de ser eso, problemas.
El tiempo se desvanecía. En aquel lugar, no había relojes, ni atascos, ni teléfonos, ni prisas, sólo estaba yo y la canción acompasada y fuerte que emitía mi corazón .Me dejaba guiar entonces, por ese sonido regular, sumamente agradable que sólo se da cuando se alcanza ese grado de relajación intensa. Pensaba que yo era como un frágil barco de papel, desplazándose por la suave corriente de un río. El río de mi vida, que a veces resultaba suave, desapacible otras…
No sé que pasó aquel día…
Creo que tras estar relajada, dormí durante mucho tiempo, tan profundamente que no recuerdo nada de lo que hubiera soñado mereciese o no mereciese la pena.
Sin embargo, si recuerdo que tras esa fase pesada, vino otra, mucho más lúcida.
El Sol brillaba alto en el cielo. Quise abrir los ojos pero temí que su luz me deslumbrara. Preferí finalmente dejarlos cerrados y sentir la grata sensación de su luz calida bañando mi rostro.
Luego, volví a intentar abrirlos poco a poco al principio, para intentar acostumbrarme a la claridad, hasta hacerlo por completo, ya que descubrí que su luz, la luz de aquel sol, no era cegadora en absoluto, sino sumamente agradable, cálida, también, aunque para nada molesta.
Estaba tumbada sobre un campo de hierba alta lleno de flores de lavanda. No sabía como había llegado allí, ni cual era aquel lugar. Pero lo cierto es que allí me encontraba y en aquel lugar no había espacio para el pasado ni las preocupaciones del futuro, sólo importaba el ahora.
Podía sentir en los dedos el tacto de la hierba húmeda por el rocío mientras aspiraba la fragancia intensa de la lavanda.
Podía deleitar mi vista con la infinitud malva de aquel campo. Creo que hubiese deseado permanecer allí durante toda mi vida.
Pero de pronto, el calor del Sol se hizo más intenso y el lecho de hierba húmeda comenzó a resultar algo incómodo para mí así que me levanté.
No muy lejos de allí discurría una cascada de agua que desembocaba en un río. Me liberé de la ropa dejándola cuidadosamente en la orilla, no me quité el calzado sin embargo, ya que el lecho del río estaba lleno de piedras que aunque pequeñas, podían causarme daño.
Me dejé arrastrar por la corriente de aquel río sumergiendo mi cabeza bajo la cascada, o flotando de espaldas con los brazos extendidos, para recibir la suave caricia del Astro Rey.
Fuera, hacía calor por lo que la sensación de estar bajo un agua tan fría resultaba sumamente gratificante.
Cuando me cansé de flotar, me divertí fijando mi vista en el recorrido que hacía una gota de agua desde que resbalaba por una hoja hasta que caía al río o en el trabajo de una hormiga que llevaba comida a su escondrijo.
Cosas diminutas en las que nunca antes me había fijado hasta ahora.
Enfrascada en las cosas que veía no le sentí llegar a mi espalda.
-¡Eh! ¡Oye! ¿Tienes hambre?- Me gritó indignado.
Cuando me volví, vi ante mí un hombrecito pequeño, delgado, vestido con un colosal manto de pieles y una extraña armadura que cubría su cabeza con un sombrero negro de amplias alas.
Emití un grito de terror y corrí a sumergirme bajo la cascada para cubrir mi cuerpo desnudo ya que las ropas las había dejado al otro lado de la orilla.
-¡Bueno está bien!- El hombrecito se encogió de hombros resignado y corrió al lugar donde descansaba mi ropa.
Recogió mi vestido con cuidado y salió corriendo cerca del manantial donde lo dejó colgado en un árbol dándome la espalda.
-No voy a mirar- Me dijo.
Asustada, me apresuré a ponerme el vestido sobre el cuerpo aún mojado sin dejar de mirarle con desconfianza.
-¿Quién eres?- le dije
Y él sin volverse contestó:
– Soy el Nuberu, el señor de las tormentas, el viento, los granizos y las lluvias torrenciales. Espero que con todo esto te baste ya que yo no tengo el gusto de conocerte a ti.
-Me llamo Silvia- le dije.
-Encantado Silvia.
-Lo mismo digo señor Nuberu- y añadí- Ya puedes darte la vuelta, ya me vestí.
El Nuberu se volvió hacia mí, me miró con sus ojos profundamente negros y sin dejar de sonreír, me tendió una hermosa y grande manzana roja.
-¿Quieres un poco?
Le contesté que sí y tomé de su mano la suculenta fruta. No había terminado de saborear esta, cuando depositó cerca de mí un puñado de moras rojas y negras a la vez que sacaba bajo su manto un trozo de cremoso queso.
Comí ávidamente de todos aquellos manjares y no había terminado cuando me tendió un cuenco de barro lleno de un zumo de fresa delicioso y refrescante.
Me dejé embriaga por aquel oloroso y agradable líquido de fresas discurriendo por mi seca garganta.
Finalmente, me limpie las comisuras de la boca y me senté en una roca. Le miré y finalmente dije:
-Creo que soy una intrusa. ¿Verdad?
– Me temo que sí- Se sentó a mi lado y señaló al árbol en el que había tendido mis ropas mientras decía- Principalmente porque has perturbado su sueño y su silencio y eso no me gusta…
Sin saber a que se refería el Nuberu ni porque hablaba en plural, dirigí mi mirada hacia el único árbol que tenía ante mí.
Sólo entonces me di cuenta que no era un solo árbol, sino dos, cuyas ramas se entrelazaban, se retorcían las unas contra las otras como si de dos amantes se tratase, unas veces con amor, otras con odio feroz, causando la sensación de algo unificado, compacto que producía en quien lo miraba una sensación de asfixia.
-¿Ellos sueñan?- Miré al Nuberu con incredulidad.
-Sí -me dijo-
-Pero si sueñan, sin duda tú los has despertado al colgar en ellos mi ropa.
-Ya estaban despiertos cuando colgué allí tu vestido- Replicó el Nuberu- Pero fueron ellos los que me pidieron que lo hiciera. Podría haberlo colgado en cualquier otro lugar.
¡Vamos!- dijo-Te contaré una historia.
Y acariciando con suavidad la superficie rugosa del tronco de los árboles, el Nuberu no paró de hablar y de hablar con los ojos cerrados como si ese gesto le trasladase a una época remota.
Resulta- Empezó a decir- Que hace mucho tiempo, vivieron aquí dos clanes que se odiaban a muerte.
Ese campo de lavanda en el que tú te has tendido hace unos instantes, fue testigo de una gran batalla. Entonces, no había ninguna flor por aquella época y la tierra se nutría de la sangre de los guerreros cuyos cadáveres de uno y otro bando habían dejado abandonados sin derecho a enterramiento.
Este lugar se consideraba maldito por alguna razón para ellos. Bueno- Dijo el Nuberu sonriendo- En realidad si sé por que les asustaba tanto. La razón éramos nosotros, los espíritus del bosque.
Sucedió que el jefe de uno de los clanes al regresar de la batalla y contar las bajas y los supervivientes de sus hombres, descubrió que le faltaba uno: El más importante, su hijo.
Muerto de dolor y rabia regresó a este lugar en busca de su Lugo, su vástago pero resultó que se había hecho de noche.
Los espíritus nocturnos del bosque se habían despertado y con sus gritos, ahuyentaron a las tropas que no pararon de azuzar a sus caballos hasta que se encontraron muy lejos del páramo.
Muchos de ellos enloquecieron…
Asustados los otros, juraron que no volverían a poner un solo pie en el campo de aquella matanza pues los espíritus de los muertos pululaban por allí adueñándose de todas las almas que encontraban a su paso. Ante el miedo de aquellos sus aguerridos guerreros, el padre, no tuvo más remedio que claudicar y resignarse a la muerte de Lugo, su hijo pequeño.
Pero el padre tenía otros dos hijos más que le sucedieran a su muerte por lo que la muerte de Lugo tampoco era un mal tan irreparable…
No muy lejos de allí, en una aldea vecina, una dama de hermosos ojos azules, casi violetas, hija del cabecilla del clan contrario, dirigía sus pasos hacia este lugar.
La joven rebelde cuyo nombre era Daanan, en honor a una diosa protectora, contradijo las órdenes de su padre que insistía que en aquel lugar en el que habían muerto tantos de los suyos y muchos de sus odiados enemigos, estaba impregnado de una oculta maldad a la que no quería ver expuesta a su propia hija.
Habían trascurrido apenas dos días desde la mortal batalla y sin embargo, las leyendas sobre lo que allí acontecía por las noches ya campaban por todas partes.
Daanan, quería ir a bañarse en el río, como acostumbraba a hacer y no quería perder la costumbre a pesar de todo lo que había ocurrido.
Había ya anochecido cuando Daanan se dio un baño en las frías aguas del río bañadas por la pálida luz de la luna.
Daanan se quedó un segundo quieta antes de salir, escuchando embelesada el canto de las lechuzas y los grillos.
Cuando finalmente se decidió a salir era aún más de noche. Daanan no tenía miedo al bosque, al que debía volver para llegar a su poblado tras atravesar el campo y el río. Era una chica valiente a la que ni siquiera los aullidos de los lobos conseguían amedrentarle pero la idea de pasar entre todos aquellos cadáveres no le resultaba en absoluto divertida.
Se puso el vestido con rapidez y caminó por encima del campo sembrado de muertos intentando no pisarlos ni mirar abajo por temor a reconocer algún rostro entre ellos.
Se disponía a dar un último paso cuando sintió que una mano aferraba su tobillo lo que le hizo proferir un grito de terror.
-¡Ayuda!- Sintió una voz débil que provenía desde abajo.
Ante ella se arrastraba un hombre joven, apuesto, gravemente herido por una lanza bajo el costado.
La herida tenía muy mal aspecto.
Daanan se arrodilló ante el joven y tomó su hermoso rostro entre sus manos. Este, finalmente dejó caer hacia atrás su cabeza, palideció y pareció que dejaba de respirar. Asustada, la joven, volvió a hundir sus tobillos en las frías aguas del rió en dirección a la vegetación que crecía cerca de la cascada.
Tomó de allí cuantas hierbas necesitaba para curar al joven, las mezcló con barro y agua del manantial y volvió a su encuentro corriendo a toda prisa.
Le arrancó la lanza, limpió la herida y cubrió el agujero que había dejado el arma sobre las costillas del joven con el emplaste que había fabricado a base de agua, barro y plantas medicinales.
Luego, le dejó abrigado de todos aquellos cadáveres, vigiló su fiebre y le habló continuamente para evitar que el joven Lugh acabase durmiéndose.
Cuentan que la bella Danaan acudía a escondidas al encuentro de su amado, día tras día. Robaba alimentos del poblado y también medicinas.
Su amor por el enemigo de su padre era tan grande que ya no le importaba lo que podría ocurrir si éste llegaba a enterarse.
Pero la suerte, no acompañaba a los enamorados.
Receloso por el extraño comportamiento de su hija, el caudillo, se hizo acompañar de uno de sus mejores hombres y al abrigo de la noche sorprendieron con estupor a la muchacha que besaba con ternura al hijo de su peor enemigo y lo que era aún peor curaba sus heridas y le proveía de alimentos..
Ya no había marcha atrás.
De haber estado sólo, el caudillo tal vez habría hecho la vista gorda ignorando tan grande traición. Pero había un testigo. Y su hija y el hijo de su enemigo debían tener un escarmiento público.
Los quemaron juntos en este mismo lugar, cerca del río.
Cuentan, que compadecidos por tanto amor, los espíritus del bosque sembraron estos campos con la flor de lavanda en recuerdo a la hermosura de los ojos de ella y que de las cenizas de sus cuerpos abonaron la tierra de la que crecieron dos árboles que los representan.
Dos árboles que se complementan el uno, al otro, que se abrazan, que se retuercen, cuyas raíces se hunden fuertemente en la tierra y miran siempre al cielo y que pase lo que pase no se separan nunca.
Si te fijas querida Silvia- Dijo el Nuberu finalmente abriendo los ojos- Podrás ver como sus ramas dibujan la suavidad y belleza de dos rostros que se miran embelesados.
-Es una historia muy hermosa- Dije mirando los árboles y comprobando efectivamente lo que el Nuberu me decía.
Permanecí allí con él mirando los árboles, acariciando como el nuberu la superficie rugosa de sus troncos. Así se hizo de noche.
Y el campo se llenó de luciérnagas y el cielo de estrellas fugaces.
Luego me quedé dormida en el sueño y ya no recuerdo nada más excepto que desperté en mi cama impresionada por todas aquellas experiencias tan fuertemente vividas.
Desde entonces, recuerdo al Nuberu de mis sueños vivamente. El señor de las ventiscas y las tempestades que me había permitido estar en ese lugar tan hermoso que no me pertenecía.
Recuerdo la hermosa y tierna historia de amor que me contó sobre aquellos dos árboles y procuro cuando paso junto a ellos no hacer el menor ruido que pueda molestarles.
Espero que algún día como ellos, yo pueda sentir el mismo amor y que este me haga hundir mis raíces en la tierra y pensar que tras este periodo de nieves y fríos tiene que llegar irremediablemente la primavera.
Entonces podré elevar mis ojos hacia el cielo, y capturaré su belleza como los amantes árboles.


Acerca de endriga

Me encanta escribir historias. Lo he hecho desde niña. Creo que es algo que llevo dentro. Casi siempre es bueno, y no es una tortura. Adoro el cine y me gusta conocer sus entresijos: lo que hay detrás de la pantalla. Me apasiona leer libros auto didácticos, libros de misterio, de ciencia ficción, de amor, de viajes, de recetas, cualquier libro que tenga una interesante historia que contar. Mis libros favoritos son: "El baron rampante ,de Italo Calvino", "La perla de Jhon Steimbeck", Zanzibar de MM Kaye" y "El cuento número Trece".

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